Papá era millonario…
Cuando tenía 20 años, en una discoteca en Buenos Aires, un amigo llegó con cara preocupada y me dijo: Mi padre está muy enfermo, tengo mucho miedo de que se muera… y no sé cómo voy a hacerme cargo de sus negocios… Fueron sus palabras textuales. Me sorprendió su preocupación, pero más me sorprendió el poco amor que yo percibí que este amigo tenía por su padre. Sentí que se refería a él como la figura del proveedor solamente. No la del guía. Al poco tiempo su padre murió, y su madre contrató a un gerente que se encargó del negocio; más tarde este hombre se convirtió en el padrastro de mi amigo.
Un extraño, no muy preparado para asumir las riendas del negocio se hizo cargo de una gran fortuna que le había tomado más de 40 años de trabajo y lucha a otro señor que murió millonario. Amasó una fortuna en dinero, no en amor y me consta que fue sin haber disfrutado de su familia. A los pocos años esa fortuna prácticamente desapareció por mal manejo de las empresas, mi amigo HOY vive de un sueldo y en una vivienda alquilada.
Para ilustrar el mensaje principal, le cuento un caso más. En el año 1995, al comienzo de mi carrera en el negocio inmobiliario y de inversiones en Estados Unidos, conocí a un señor que estaba con su hijo de 9 años. Era una familia recién llegada de Venezuela, buscando comprar una residencia familiar; le ofrecí mis servicios y lo ayudé a adquirir aquella primera casa.
Este señor emigró de su país, trajo consigo una muy importante suma de dinero, millones de dólares. Después de que compró su casa, no lo volví a ver.
En esos tiempos yo no tenía los conocimientos necesarios para asesorarlo y obviamente había “especialistas” haciendo fila para ayudarlo a invertir su dinero. Mi falta de experiencia me hizo perder a alguien que podía haberse considerado un excelente cliente.
Quince años más tarde, me encuentro haciendo una presentación en mi oficina para unas siete personas y uno de ellos era un joven de 24 años, que había nacido en Venezuela, y había emigrado a Estados Unidos en el año 1995; su apellido me sonaba familiar; luego de más de dos horas de conversación me di cuenta de que este joven era el hijo de aquel señor venezolano al que le vendí su primera casa en 1995.
Al término de la reunión, lo invité a que se quedara y hablamos en privado, le pregunté por su padre y duele compartir lo siguiente. Este joven en resumidas palabras estaba a punto de irse a la bancarrota, estaba perdiendo su casa y tenía deudas de tarjetas de crédito por más de $100,000.00; necesitaba ayuda y asesoría.
La pregunta obvia fue: Disculpa el atrevimiento, pero tu padre tiene o tenía una fortuna de millones de dólares, ¿él no te puede ayudar? y la respuesta ha quedado resonando como un eco…. “Daniel, mi padre perdió todo su dinero y vive de un sueldo que recibe como vendedor de carros (autos)”.
Les conté estos dos casos, para que interpretemos juntos algo que sucede muy seguido.
El señor Julio Iglesias canta una canción que dice: Me olvidé de vivir… yo creo que muchas personas se olvidan de “realmente” amar a sus hijos y de educarlos financieramente, por estar enfocados solamente en hacer dinero y el resto es secundario. Creen erróneamente que enviándolos a una buena universidad y comprándoles todo lo que necesitan ya cumplieron como padres, la historia demuestra que es una filosofía de vida errónea que deja secuelas difíciles de superar.
Volvamos a mi viejo concepto, de que alguien no extraña algo que nunca tuvo, por eso el dolor de ser pobre, después que se fue rico, es mucho mayor al de una persona que siempre fue pobre financieramente hablando.
Muchos millonarios creen que siempre lo serán; pero primero deben entender que la vida da muchas vueltas y segundo, uno se pregunta ¿de qué les sirve a sus hijos? heredar dinero, si no se pueden sentar con nadie a hablar de negocios o de algún tema importante, porque no tienen la preparación necesaria.
Además, la mayoría de estas personas, no llegan a vivir una vida completa, en muchos casos necesitan de vicios como el alcohol, las drogas o el juego para sentirse bien o sentirse en control de algo, que es su propia vida.
Mi mensaje es el siguiente:
Ojalá usted se una a mi deseo. Cuando yo muera quiero que mis hijos me extrañen o lloren por amor, que sean financieramente libres e independientes; quiero que mis hijos adoren a sus propios hijos como yo los quise a ellos y, cuando yo muera, quiero tener una sonrisa en el rostro por haber cumplido mi meta. Abre sabido que los dejo como seres humanos de bien, felices y con las herramientas necesarias para hacer del presente y el futuro algo brillante.
Si comparte mis deseos, entonces debemos enseñarles a nuestros hijos la importancia de saber manejar el dinero, la importancia de saber respetar al prójimo, la importancia de gastar menos de lo que ganan, la importancia de saber invertir y lo más importante, las fortunas vienen y se van… el conocimiento para saber manejarlas no se los roba nadie.
Espero poder llegar a cumplir mi deseo y que a la vez ¡mis hijos lleguen a cumplir los de ellos! Si usted y yo conseguimos esta meta, nuestros hijos podrán decir:
¡Mi papá era un hombre de bien!; hoy, ¡yo también lo soy! Esta actitud se transmite de muchas maneras; y si se transfiere de generación en generación, su valor es multiplicador.
¡Hasta la próxima semana!
Daniel Rutois
Motivador financiero & Negociador
www.hispanoexitoso.com